Trato de no ser excesivamente categórico al hablar de las historias que reseño. Incluso cuando algo no me gusta, intento rescatar lo valioso. Sé lo difícil que es construir una narrativa, escribir un guion, levantar una producción. Además, me desagrada la soberbia habitual de muchos críticos, siempre dispuestos a descartar una obra con cualquier pretexto.
Pero con Harta, la verdad… se me hace muy difícil.
Esta película es un ejemplo claro de cómo desperdiciar un argumento potente: una madre acorralada por la vida; el instinto de protección hacia su hija; la inocencia de la niña; y la sociedad en su contra.
Con esa base, la película tenía todo para convertirse en un drama social intenso y conmovedor. Algo que, si no ganaba premios, al menos conectaría con el espectador.
Pero Harta no conecta. Ni siquiera lo intenta bien.
Una promesa que se desinfla rápido
La historia empieza con buen pulso. Madre e hija enfrentan una situación límite, viven en precariedad, pero tratan de salir adelante con dignidad. Hay empatía, hay tensión, hay humanidad.
Pero pronto se le notan las fracturas al guion
Las actuaciones son acartonadas. Los personajes, planos. Hay “malos porque sí” y eso, en un drama social, no suele funcionar. En una película de aventuras, el villano puede querer destruir el mundo sin demasiada explicación. En un drama, los personajes necesitan capas, contradicciones, humanidad.
Causalidad forzada, reacciones absurdas
La causalidad —ese principio narrativo donde las acciones llevan a consecuencias— se lleva al absurdo. Las decisiones surgen de situaciones improbables y forzadas, pero aun así se convierten en motores de la trama.
Todo se siente artificial, poco orgánico. Y lo que debería ser un drama desgarrador termina pareciendo una triste parodia.
Por ejemplo: una empleada del banco comienza a transmitir en vivo desde su celular. Esto no tiene ningún tipo de justificación narrativa, pero era la única forma de justificar que el público pueda escuchar a Janiyah y que multitudes se reunieran a apoyarla a las afueras del banco.
Ese “momento de desahogo” con la detective Raimond —el supuesto clímax emocional— que el público escucha no conmueve. Parece insertado con fórceps porque el guion lo exige, aunque lleguemos a él por el peor camino.
En algún punto, Harta llega a tal nivel de exceso en su búsqueda de victimizar a la protagonista que hasta los rehenes la maltratan.
¿Alguna vez has visto a un secuestrador humillado por sus propios rehenes?
Yo tampoco. Al menos, no en un drama.
Diálogos explícitos, sutilezas inexistentes
Como la cereza que corona el desastre, los diálogos son forzados, panfletarios, escritos para decirte qué pensar. No hay lugar para la ambigüedad ni para la interpretación.
Todo está subrayado. Resaltado. Masticado.
Y lo peor: olvidan que las emociones también se dicen sin decirse.
A veces, una simple pregunta como “¿comiste?”, “¿llegaste bien?”, “¿ya te sientes mejor?” puede significar: te quiero.
Pero Harta se niega a las sutilezas. No confía en el espectador. Lo sermonea.
¿Qué le pasó a Taraji P. Henson?
Ya hablé de las actuaciones acartonadas. Pero no puedo dejar de preguntarme qué pasó con Taraji P. Henson, quien interpreta a Janiyah Wiltkinson.
Ella es una actriz de primera línea. La he visto brillar en otros proyectos.
De hecho, fue por ella que decidí ver la película. Pero aquí no la reconocí.
Y no es solo culpa del guion —aunque no ayuda—. Hay algo en la dirección, en el tono, en cómo está todo construido, que no le da espacio para brillar. O simplemente ella no conectó con el personaje.
Hay actores que salvan historias mediocres.
La casa de papel, por ejemplo, en su primera temporada, mostró muchos agujeros en su trama, pero Álvaro Morte (El Profesor) y Pedro Alonso (Berlín) sostienen la serie con carisma puro.
O Suicide Squad (2016), donde Margot Robbie convirtió a Harley Quinn en un ícono a pesar del desastre general.
Nada de eso ocurre aquí.
Harta no le da espacio a nadie para brillar. Ni siquiera a su protagonista.
Un giro final que no compensa nada
El gran giro de la historia, que podría haber sido demoledor, se queda en un simple “¿para qué?”.
No justifica lo anterior. Tampoco conmueve. Solo confirma que la película estaba perdida desde antes.
Y eso es lo más triste: en una historia bien construida, ese giro pudo ser desgarrador.
Aquí, solo provoca tedio.
¿Vale la pena?
No me gusta decirlo, pero no.
Creí que iba a encontrar una versión moderna de Un día de furia, y terminé viendo un capítulo largo de La rosa de Guadalupe, con muchas aspiraciones.
Salvo que quieras verla como ejercicio de tortura narrativa, no recomiendo Harta.
Hay muchos otros dramas que abordan estos temas con más inteligencia, sensibilidad y oficio.
Harta es una película con buenas intenciones, pero un desarrollo desastroso.
Como dicen mis abuelos:
“El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones.”
¿La viste? ¿Te aburrió tanto como a mí… o la defiendes a capa y espada?
Te leo.